Algunas
consideraciones sobre el estrés
1. El
poder de dirigir nuestra atención.
Una mente
carente de direccionalidad, que va de aquí para allá sin rumbo alguno, que
dispara pensamientos en forma automática y donde la voluntad no interviene en
absoluto, eso es una mente estresada.
El ir
hacia un futuro evasivo o el refugiarse en un pasado que puede alegrarnos o
atormentarnos son actividades automáticas de la mente. El estar presente no es automático,
es intencional. Requiere de la acción de un si mismo más profundo.
Es natural
que una gran cantidad de yoes provenientes de diferentes sectores de nuestra
personalidad nos hagan difícil el acto de intentar estar presentes. Cada uno
viene con narraciones, que pueden ir de lo importante a lo absurdo. Cuanto mas
absurdo mayor será nuestra capacidad de darnos cuenta de que debemos retirar a
ese yo y volver al presente. ¿Y que pasa con lo importante? Nada es tan
importante como el ejercicio de estar presente. Puede que tengamos asuntos
vitales importantes por resolver , y es cierto que necesitan de un tiempo
concreto para que podamos resolverlo. Este tiempo no puede ser automatismo
mental. Cuando descubramos que es nuestro patrón automático el que esta
tratando de resolver cuestiones importantes recordemos estar presentes y luego
, mas tranquilos y totalmente dispuestos a la tarea, revisemos lo que sea
necesario revisar.
La consciencia tiene grados, y cuando
intentamos estar presentes despertamos lo grados mas elevados, cuando nos
dejamos llevar por instintos o emociones, o cuando dejamos que el estrés invada
nuestra mente funcionamos en grados muy bajos y rudimentarios de nuestra
conciencia. Por eso una mente estresada se vuelve muy vulnerable y vuelve
vulnerable a todo el organismo.
Intentar
hacer algo para disminuir el estrés en la vida cotidiana requiere de una notable
determinación. Aquí no sirven las medias tintas, nada podremos hacer si antes
no tenemos una firme convicción de quitar poder al estrés que vivimos en
nuestra cotidianeidad. Para ello debemos aprender a impregnar de presencia
todas las tareas cotidianas. No se trata de un taller, no se trata de un curso,
no se trata de una genial conversación con una amigo, ni siquiera con un
maestro, con ello no bastará. Se trata de un sabio compromiso por mejorar
nuestra calidad de vida y la de los que no rodean.
Hay que
trabajar muy duro para estar presente en el día a día. Permanentemente la
imaginación ( gran amiga del estrés , sobre todo en su modalidad catastrófica)
se las rebuscará para alejarnos del plano consciente, para alejarnos de la presencia
necesaria que nuestra vida necesita para ser mejores humanos, para que nuestros
proyectos vitales avancen.
El estrés
se alimenta de los “tendría” y los “debería”, es decir de la estructura de
lenguaje condicional que discurre por el campo consciente. Es fácil que nuestro
yo se identifique con este tipo de artimañas mentales. En el fondo creemos que
no nos ha tocado toda la felicidad que merecíamos, que nos podría haber tocado
más alegría. Seguimos sin saber que cada uno recibe porciones de alegría y de
felicidad. La mente no se contenta con lo que recibe, la mente jamás recibe y
acepta, aclama más , no le alcanza y se indigna. Aceptar y valorar es un
trabajo divino, que debemos esforzarnos a hacer.
Lo mismo
sucede con lo que creemos que es importante en la vida. Nuestra escala de
valores suele estar distorsionada. No la colocamos en el ser sino en el tener,
por lo tanto siempre tendremos la presión interior: “debería poder tener más de
lo que tengo”. Entonces lo importante pasa a ser el futuro y no el presente.
Vivimos ansiosos y apurados creyendo que vamos hacia algún lugar que nos
permita tener aquello que no tenemos ahora. Y lo sencillo de la vida, el estar
presente mirando al sol por ejemplo, pasa a ser, para esta estructura de la
mente, una pérdida de tiempo. Hay que apurarse, no llegamos a tener todo lo que
queremos y nos corre la muerte, que nos espera al final de este loco camino.
Entonces,
no solo pretendemos más felicidad de la que nos toca sino que además negamos y
nos disociamos de las leyes de la vida. Es decir tarde o temprano recibiremos
choques que nos sacudan , que nos hagan temblar, desde pérdidas de seres
queridos, enfermedades, crisis económicas, nuestra propia muerte, etc. Pero no
queremos saber nada de ello , lo reprimimos, y aunque no lo querramos sigue
allí. Y nos perdemos de la potencia que genera el aceptar las leyes de la vida.
Ahora bien, eso que tenemos reprimido es
una fuente de ansiedad y de estrés.
Debemos
entonces distinguir entre: 1) el estrés autogenerado y perpetuado por
mecanismos mentales disfuncionales, que tienen su raíz en la no valoración del
presente, en creer que el momento siguiente tendrá más importancia de lo que el
presente nos ofrece ahora, en la concepción del presente como un puente o un
camino hacia y la reducción de toda su potencialidad de: 2) los grandes choques de la vida, los
verdaderos estresores, como puede ser la pérdida de un ser querido, que
naturalmente tendrán a sacudirnos y dejar nuestra mente en estado de estrés.
Siempre
podemos hacer algo para trabajar sobre el estrés, a veces no podemos impedir
que nuestra mente circule de un lado a otro, y que este hiperactiva, ello no
significa que se haya perdido toda nuestra potencia para trabajar sobre el
estrés. En esos casos podemos hacer el esfuerzo de no expresar ese malestar
hacia el mundo exterior, de intentar albergarlo para luego transformarlo. Mucho
más fácil es desquitarnos con nuestros seres queridos o compañeros de trabajo,
el estrés produce irritabilidad y nosotros podemos controlarla. De esta forma
se le va quitando potencia al estrés, evitamos que crezca y que se transforme
en un problema interpersonal para quedar reducido a un conflicto interior con
el que podremos maniobrar más fácilmente.
Es de suma
importancia comprender la cantidad de narcisismo producida por el estrés.
Cuando la mente se encuentra en estado de hiperactividad nos volvemos hacia
nosotros mismos, dejamos de considerar al resto. Nuestras necesidades, aunque sean
nimias y pertenezcan al futuro, se vuelven centrales. Por eso una herramienta
poderosa para el trabajo con el estrés es considerar al otro y sus necesidades.
Allí nos descentramos, salimos de nuestra rueda superflua de necesidades y nos
abrimos a los demás, por lo tanto nuestra capacidad consciente aumenta, y
nuestra acción puede volcarse al presente. Esto no tiene que ser únicamente
actos heroicos para con la humanidad, puede ser simplemente sonreír cuando vemos alguien triste.
El estrés
se compone de narraciones mentales catastróficas, el pasado y el futuro no son
otra cosa que narraciones mentales, debemos estar atentos a eso. Solo nuestra
actividad presente es real y no conceptual. No debemos dejarnos atrapar por la
mente engañosa, debemos transformarla en actividad consciente. Y esa actividad consciente,
ese presente es lo que es, no lo que nosotros quisiéramos que sea. Recordemos
el potencial negativo del condicional en la mente.
Dijimos
que la mente en estado de hiperactividad nos produce ensimismamiento y por lo
tanto perdemos la capacidad de estar conectados con el mundo que nos rodea.
Esto es esperable y normal en una dosis adecuada, el problema está cuando pasa
a ser nuestro estado natural de “ser en el mundo”. Ya que si así experimentamos
nuestra existencia pronto nos consideraremos separados del resto, seres
fragmentos aislados y por lo tanto nuestro miedo tenderá a crecer. De esta
forma el estrés mental produce una verdadera ruptura en nuestra identidad.
El estrés
es un poderoso productor de conceptos , etiquetas, palabras, definiciones,
juicios de valor. Esta producción es compulsiva y desordenada, y en realidad no
es en sí misma peligrosa, siempre que haya un yo que pueda observarla. El
asentamiento y gran problema del estrés se produce cuando esa capacidad de
observación se pierde y el yo se identifica plenamente con estos contenidos
mentales alocados. Por eso es urgente el trabajo con el estrés, ya que va
dejando huellas profundas si no logramos detenerlo.